Es difícil comprar
billete si se desconoce qué destino elegir. Lo es más si ni siquiera sabe uno
si desea viajar.
Decidir que debía
moverse le llevó un tiempo. Pero no mucho. Más arduo resultó adquirir el
billete por lo que conllevaba de selección. Se sentía motivada pero al tiempo condicionada.
Sopesó gustos y posibilidades. Fue rígidamente realista y descartó
posibilidades demasiado azarosas o exóticas para el momento. Eso la paralizó un
tiempo. Lo que descartaba, lo que rechazaba, era definitivamente lo que más le
atraía.
Guardó todo en un cajón
unos meses más. Pero no se olvidaba de dónde estaban los catálogos. El cajón
acumuló encima de ellos nuevos trofeos y recortes de su vida: facturas,
publicidad guardada por si acaso, una servilleta de papel con el logotipo de un
café de los de mesas de mármol y arañas en el techo… Pero esta vez no dejó que
amarillearan, no. Expurgó el cajón y rescató los catálogos, contempló de nuevo
los posibles destinos y en esta ocasión valoró la posibilidad de lanzarse sin
más.
Se decidió una noche de
insomnio, de repente, como lo decidía ella todo, con los ojos abiertos tras los
párpados cerrados.
Compró el billete de avión
y nada le dijo a él. Lo compró con mucha antelación, pero no creáis que fue
para abaratar costes: hay destinos que nunca bajan de precio, siempre te
cuestan sudores y esfuerzos, a veces parte del alma.
Ahora ella está en el
avión, aguardando la partida.
Está en cola de pista. Desde
su ventanilla ve como otros aviones se posicionan en la cabecera, se preparan
para despegar. Los ve y se emociona. También ella, también, soltará amarras y
se elevará.
El avión se mueve,
rueda lentamente por la pista transversal, sólo queda girar en la curva y
posicionarse. Mientras esto sucede, le late el corazón fieramente. Ya no habrá
vuelta atrás y lo sabe. Está nerviosa, pero todavía no sabe si son nervios
buenos o malos.
Los ayudantes de cabina
van de acá para allá cerrando compartimentos, asegurando cinturones, a la vez
que comprueban los rostros de los
viajeros, su expectación, su alegría, sus esperanzas, su temor, su angustia, su
ansiedad o sus sueños, todo se refleja en sus semblantes antes de iniciarse el
vuelo. También ella va colocando en su sitio lo pendiente: cerrar el cajoncito
de lo ya perdido y tirar la llave; adornar con flores el jarrón de las emociones, pintar de nuevo
las paredes de la salita de su corazón. No sabe si se olvida de algo, pero no
importa. Allá donde va, seguro que puede encontrarlo si es imprescindible y, si
no, seguro que no era tan necesario.
El avión se mueve de
nuevo y la voz del comandante suena por
megafonía:
Torre
de control, autorizados
a despegar. Estamos listos. Cabina asegurada. Entrando en pista.
Ella se
agarró fuertemente con ambas manos a los bordes de los brazos del asiento.
Cerró los ojos. Y despegó.
Uol